SECCIÓN CUENTOS DE LA NUEVA ÉPOCA
RAÍCES
Se acercó con precaución. Esta nueva guerra lo había transformado en un experto en cautela. Se encontró frente al destruido edificio que hasta hace poco fuera el palacio sede de gobierno de Saddam Hussein. El uniforme lo ahogaba. Necesitaba descansar unos minutos. Los suficientes como para escribir unas líneas. Su columna se había dispersado en forma poco ortodoxa y estaba solo. La resistencia en Bagdag se hacía espesa, densa, cruenta. -“Tanto más cruenta que esta criminal invasión”- pensó Peter con dolor.
Le dolía. Le dolía mucho. La herida en la pierna por esa maldita esquirla no le permitió avanzar más que unos pocos metros dentro del derruido salón de reuniones del alto mando del gobierno iraquí. Majed acomodó su extremidad sobre un banco y se recostó en el vistoso sillón aterciopelado. Pasó sus dedos sobre el apoyabrazos y pensó en Sayla. Su piel. Sentía su piel bajo las yemas. Que triste ironía. Ella estaba en Chicago, estudiando y él acá, en el infierno en que se había transformado su país. Formando parte de la Guardia Republicana y defendiendo quién sabe qué y a costa de cuánto. Los pretextos de ella para quedarse fueron inútiles. Su padre norteamericano y su madre iraquí significaban mucha más protección allá que la mía en su media patria. – Sayla - volvió a imaginar.
Peter imaginó que el pequeño cuarto que había quedado en pie era lo suficientemente seguro para descansar un rato. Descargó la mochila y su sofisticada arma sobre el piso, sacó una hoja de papel y comenzó a escribir: -“Dear Karen… The things are more difficult… que lo que nos pintaron por allá. No puedo describirte siquiera con mediana objetividad lo que es este país. Para hacerlo debería transferirte olores, sonidos de metralla, chasquidos de fuego…y dolor, mucho dolor. Propio y ajeno. Experimento la misma extraña sensación cuando veo morir a alguien, compañero o enemigo. Veo en sus rostros la misma expresión que nos redime como seres humanos. Miedo primero, angustia después, dolor y resignación finalmente. ¿Cuánto tiempo pasó ya? ¿Un mes… un año?. Extraño tu piel… y a Chicago. ¿Volveremos a vernos?”-
-“No sé si nos veremos nuevamente”- escribió Majed en un inglés precario y tembloroso. Lo hizo en el dorso arrugado del papel volante que días atrás habían arrojado los yankis sobre la ciudad. -“Observo en mi pueblo dolor y resignación. Nunca nadie piensa en nosotros, Sayla. Acude a mi mente esa frase que leí no sé en donde: En la eterna guerra entre el mar y las rocas, siempre pierden los cangrejos” La pérdida por acá será irreparable. En vidas y esperanza. ¿Que pensamientos rondarán las mentes de estos líderes de la destrucción? Seguramente no los nuestros. Porque no les roza la muerte. Porque no sienten como se nos escapa el alma cuando matamos y muere nuestro espíritu cuando perdemos un hermano. Te quiero Sayla, y amo mi país, pese a todo, como vos aprendiste a hacerlo.”- Soltó el papel cuando percibió el reflejo rojo sobre sus ojos…
Su ojo derecho centró la mira láser sobre la frente del iraquí. La percepción del sordo jadeo de dolor lo había conducido a la pequeña habitación. Cuando su dedo se disponía a gatillar, se dio cuenta que el antiguo fusil, apoyado en la pared opuesta, estaba fuera del alcance del otro. Giró nuevamente la vista sobre su blanco y vio la mirada gastada, gris como ese lugar. Su mano se aflojó. Se acercó lentamente. Sabía instintivamente que ya no había peligro. Curiosamente, su enemigo lo entendió al mismo tiempo. Miró el papel caído junto al soldado y lo recogió. Peter lo leyó, sacó su último cigarrillo y se sentó junto a Majed. Compartieron largas bocanadas. Hacía frío en el atardecer de Bagdag y las explosiones iluminaban el improvisado refugio. Juntaron sus cuerpos para darse calor. Pasaron largos minutos sin hablarse. Tomó la carta que había escrito y se la entregó. Creyó justo que Majed leyera la suya también. Decidieron seguir escribiendo. Habían encontrado otra excusa para no ceder ante los estúpidos argumentos de la guerra.
“Querida Sayla, ahora puedo decirte que mis argumentos son válidos. Hace un momento alguien recuperó su alma… y sé que regresaré a Chicago porque evité sentir la misma extraña sensación por la muerte ajena… hasta tengo menos dolor en la pierna y albergo la esperanza del cangrejo que escapa al filo de las rocas para regresar al mar… Karen, aunque falte todavía un tiempo pienso que nuestros sueños están más cerca…y en Nassiriyah nos espera nuestra pequeña tierra en el valle…para que crezca nuestra ansiada Caroline que va a tener tu temperamento y mi fuerza…y sembraremos maíz y trigo y te endulzaré con dátiles e higos que enviaremos a tu madre a estados Unidos para que sus recuerdos no le duelan…y podremos visitar esta tierra que no es distinta a la nuestra porque el río negro debajo de ella se extiende a lo largo de todo el mundo que es el único dueño…a pesar de la distancia… I lov…Te quie…
(Reuters) La televisora árabe Al Yazira, de Qatar, único medio que pudo acceder a las ruinas de lo que fuera la sede de gobierno del presidente Saddam Hussein destacó la crudeza de los combates que se llevan a cabo dentro de la capital iraquí. Como hecho demostrativo, el cronista mostró los cuerpos de dos soldados, norteamericano e iraquí, muertos durante un encarnizado enfrentamiento durante los bombardeos de la noche anterior, que los sorprendió en plena lucha cuerpo a cuerpo.
Le dolía. Le dolía mucho. La herida en la pierna por esa maldita esquirla no le permitió avanzar más que unos pocos metros dentro del derruido salón de reuniones del alto mando del gobierno iraquí. Majed acomodó su extremidad sobre un banco y se recostó en el vistoso sillón aterciopelado. Pasó sus dedos sobre el apoyabrazos y pensó en Sayla. Su piel. Sentía su piel bajo las yemas. Que triste ironía. Ella estaba en Chicago, estudiando y él acá, en el infierno en que se había transformado su país. Formando parte de la Guardia Republicana y defendiendo quién sabe qué y a costa de cuánto. Los pretextos de ella para quedarse fueron inútiles. Su padre norteamericano y su madre iraquí significaban mucha más protección allá que la mía en su media patria. – Sayla - volvió a imaginar.
Peter imaginó que el pequeño cuarto que había quedado en pie era lo suficientemente seguro para descansar un rato. Descargó la mochila y su sofisticada arma sobre el piso, sacó una hoja de papel y comenzó a escribir: -“Dear Karen… The things are more difficult… que lo que nos pintaron por allá. No puedo describirte siquiera con mediana objetividad lo que es este país. Para hacerlo debería transferirte olores, sonidos de metralla, chasquidos de fuego…y dolor, mucho dolor. Propio y ajeno. Experimento la misma extraña sensación cuando veo morir a alguien, compañero o enemigo. Veo en sus rostros la misma expresión que nos redime como seres humanos. Miedo primero, angustia después, dolor y resignación finalmente. ¿Cuánto tiempo pasó ya? ¿Un mes… un año?. Extraño tu piel… y a Chicago. ¿Volveremos a vernos?”-
-“No sé si nos veremos nuevamente”- escribió Majed en un inglés precario y tembloroso. Lo hizo en el dorso arrugado del papel volante que días atrás habían arrojado los yankis sobre la ciudad. -“Observo en mi pueblo dolor y resignación. Nunca nadie piensa en nosotros, Sayla. Acude a mi mente esa frase que leí no sé en donde: En la eterna guerra entre el mar y las rocas, siempre pierden los cangrejos” La pérdida por acá será irreparable. En vidas y esperanza. ¿Que pensamientos rondarán las mentes de estos líderes de la destrucción? Seguramente no los nuestros. Porque no les roza la muerte. Porque no sienten como se nos escapa el alma cuando matamos y muere nuestro espíritu cuando perdemos un hermano. Te quiero Sayla, y amo mi país, pese a todo, como vos aprendiste a hacerlo.”- Soltó el papel cuando percibió el reflejo rojo sobre sus ojos…
Su ojo derecho centró la mira láser sobre la frente del iraquí. La percepción del sordo jadeo de dolor lo había conducido a la pequeña habitación. Cuando su dedo se disponía a gatillar, se dio cuenta que el antiguo fusil, apoyado en la pared opuesta, estaba fuera del alcance del otro. Giró nuevamente la vista sobre su blanco y vio la mirada gastada, gris como ese lugar. Su mano se aflojó. Se acercó lentamente. Sabía instintivamente que ya no había peligro. Curiosamente, su enemigo lo entendió al mismo tiempo. Miró el papel caído junto al soldado y lo recogió. Peter lo leyó, sacó su último cigarrillo y se sentó junto a Majed. Compartieron largas bocanadas. Hacía frío en el atardecer de Bagdag y las explosiones iluminaban el improvisado refugio. Juntaron sus cuerpos para darse calor. Pasaron largos minutos sin hablarse. Tomó la carta que había escrito y se la entregó. Creyó justo que Majed leyera la suya también. Decidieron seguir escribiendo. Habían encontrado otra excusa para no ceder ante los estúpidos argumentos de la guerra.
“Querida Sayla, ahora puedo decirte que mis argumentos son válidos. Hace un momento alguien recuperó su alma… y sé que regresaré a Chicago porque evité sentir la misma extraña sensación por la muerte ajena… hasta tengo menos dolor en la pierna y albergo la esperanza del cangrejo que escapa al filo de las rocas para regresar al mar… Karen, aunque falte todavía un tiempo pienso que nuestros sueños están más cerca…y en Nassiriyah nos espera nuestra pequeña tierra en el valle…para que crezca nuestra ansiada Caroline que va a tener tu temperamento y mi fuerza…y sembraremos maíz y trigo y te endulzaré con dátiles e higos que enviaremos a tu madre a estados Unidos para que sus recuerdos no le duelan…y podremos visitar esta tierra que no es distinta a la nuestra porque el río negro debajo de ella se extiende a lo largo de todo el mundo que es el único dueño…a pesar de la distancia… I lov…Te quie…
(Reuters) La televisora árabe Al Yazira, de Qatar, único medio que pudo acceder a las ruinas de lo que fuera la sede de gobierno del presidente Saddam Hussein destacó la crudeza de los combates que se llevan a cabo dentro de la capital iraquí. Como hecho demostrativo, el cronista mostró los cuerpos de dos soldados, norteamericano e iraquí, muertos durante un encarnizado enfrentamiento durante los bombardeos de la noche anterior, que los sorprendió en plena lucha cuerpo a cuerpo.
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