HOMENAJE





¿QUÉ HAGO YO AQUÍ?
(Consideraciones acerca de un taller literario)


A Jorge Savoia, en primera persona.


“Escribe sin base lo que quieras desde el cimiento de la mente”.
JACK KEROUAC


Sentado frente al teclado insulso, sin escuchar el chasquido de la tecla seguido del golpe de la línea de linotipia, me parece estar tocando un piano sin ángel, un teclado electrónico imitando al instrumento noble. Sin embargo sigo. Extraño mi birome, la mesa con tabla de neolite, mis amigos en silencio, el humo del cigarro prohibido porque en la biblioteca no se puede, la tos escondida detrás del ahogo, la risa velada del chiste entre dos, la mano nerviosa arrugando el papel. Acomodo la musa inspiradora sobre el asiento duro y cierro los ojos. Creo ver lo que voy a escribir y escribo lo que veo. Encierro palabras (escondidas) entre paréntesis cómplices de la ausencia de conceptos. Tipeo un punto de descanso. Para no quedarme sin aliento en la oración siguiente. Sorteo las malditas comas que, pretendiendo aislar frases innecesarias, interrumpen el paseo deslizante de mi lapicera. Punto y seguido. Punto y aparte.
Punto por punto leo y releo, cierro los ojos.
¿Qué hago yo aquí?, escribiendo con tinta virtual, que no ensucia los dedos, no mancha el papel. Abro los ojos, siguen allí, esperándome: las consonantes vivas, las vocales suaves, los acentos que martillan, las comillas acusadoras, los espacios silenciosos, los párrafos parlanchines. No sé que hago. Quizás añorar. Quizás la nostalgia se apodere de mí antes de terminar el texto. Lástima. No podría mancharlo con una lágrima. Salvo que me salten como las de un payaso. Entonces vería deformarse el texto de la pantalla a través de gotas que como un prisma líquido y móvil se deslizan lentamente hacia abajo. Por un momento, sólo por un momento. ¿Que estoy escribiendo ahora? Los versos que me inspira ella. O la historia que contó mi sueño. Me duelen los dedos, froto mis ojos, siento que mi espalda sostiene un tapial. Me inclino hacia atrás. Miro hacia el techo. Luego me enderezo. Y frente a mí, ya no hay una pantalla, ni un teclado frío. Sí la querida mesa con tabla de neolite, el humo, la tos, la musa que sostiene mi cuerpo inclinado. Mis compañeros del taller de escritura. El cuaderno grande con resorte, espera a mis dedos y la vieja birome, para que decidan cuál es la mentira que será verdad, con solo escribirla, con sólo contarla, con sólo querer que el lector la crea. Y que la haga suya. Y ahora sí. Ahora puedo. Ahora me sale. Me hundo en el papel garabateado con signos que serán significantes. Los paréntesis escapan a la complicidad para transformarse en aliados, los puntos unen y las comas acompañan. Verifico la identidad de mis sueños veraces y mis realidades falsas. Los dedos ya no me pertenecen, escapan al control de mis deseos, simplemente desparraman letras, frases, oraciones, tramas, donde las haches son horror, pero también honestidad, las a, angustia y amor, las emes, miseria y misericordia, las de, dolor y decencia, las te, ternura y traición, las ve, vehemencia y venalidad. Es la vida transcurriendo a través de la tinta. Lo que no pudo el piano sin ángel. Acaricio la birome. Percibo su temblor cuando escribo pasión. Y su placidez ante la palabra paz. Prolongo mis sensaciones a través de ella. Impregno el papel con manchones de mi vida. Creo imaginarios personajes con monstruos que parecen personas y personas que se asemejan a monstruos. Batallo en campos minados de trigo y cosecho minas en otros que alimentan la muerte. Mato ilusiones y revivo pasiones. Traigo el pasado de cortas vacaciones a la memoria. Esbozo el futuro sin oráculo. Mezclo los tiempos, las edades, los sentimientos. El cuento encierra una poesía y la poesía es un cuento con cadencia. El estereotipo no existe. Recuerdo a Kerouak y escribo para mí recordándome y asombrándome en secretas libretas garabateadas y desenfrenadas páginas para mi propio deleite.
Ahora sé que hago aquí. Rescato mi historia junto a la de todos. Mis dudas son las de ellos, también mis alegrías. La mente colectiva que nos empuja a creer, a crear, a soñar y a...vivir. Sin ellos, con ellos, no es lo mismo. Por eso estoy aquí.

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