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LA SEDUCCIÓN

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Del Libro "Cuentos para no contar el principio" Comencé por los dedos de sus pies. Me los imaginaba casi perfectos. Casi, porque hubiera preferido verlos sin ser mancillados por su función de apoyo; y sí en cambio, devaneando en forma etérea; gráciles y puros. Los acaricié sutilmente en forma imaginaria hasta el momento en que me detuve en sus piernas. Elevé la vista lentamente, para no perderme detalle alguno. Y mi ansiedad contenida, se transformó en serena contemplación de líneas perfectas, conformando una anatomía precisa, cual obra de Miguel Angel. Cerré mis ojos inútilmente. Ella seguía estando frente a mí; seduciéndome con su fresca piel, su luminosa armonía, su clara actitud desafiante en ese juego de dos: cuerpo y mirada. Y uniéndose al lúdico momento, el pincel derramando policromía sobre un paño que no oponía resistencia ante la inminencia de lo irreversible; donde la pureza de su virginal textura blanca se rendía, minuto a minuto, ante la fotográfica imagen

SECCIÓN CUENTOS INÉDITOS

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EL RITUAL   Terminé de leer la noticia en el diario. Acompañé la pena con una enorme reverencia imaginaria hacia el admirado escritor que dejaba este mundo de los vivos. Me arrepentí una vez más de no haber leído toda su obra. Me pasaba que cuando comenzaba a hacerlo, tenía la sensación de que alguna vez iba a plagiarlo y ese hecho me bloqueaba la lectura. Mis inicios en la escritura se continuaron en un largo devenir de cuentos que mezclaban lo cotidiano con lo fantástico. Cuentos de Julio Verne en mi adolescencia, a los que siguieron Asimov, Sturgeon, Clarke y otros monstruos, habían engalanado mi currículum de lectura preferida. Cerré el periódico y comencé a escribir. “Caminé por la playa lentamente, bordeando la línea que marcaba el límite entre el final de la ola dispuesta a retroceder y la arena invadida hasta ese instante. Por eso mi marcha se hacía zigzagueante, como la de un borracho, pero de aire y sal. Miré hacia atrás. Mi sombra alargada trataba de acompañarme entera

SECCIÓN CUENTOS DE LA NUEVA ÉPOCA

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PORQUE FLOTANDO EL HUMO… (Los fumadores) Un humo espeso lo hizo toser apenas entró. El viejo bar desbordaba murmullos, risas y silencios de triste escucha. Parado al comienzo de la barra, de estaño todavía, trató de divisar a su amigo a través de la niebla casera, mientras El Polaco desgranaba Madame Ivonne desde algún lugar. Algunas mesas vacías, dejaban ver sobre ellas ceniceros con cigarrillos encendidos sin haber sido fumados, junto a tazas pintadas desde adentro con café. En otras, las charlas se escuchaban turbias, arrastradas, como surgiendo de una antigua fonola con sus revoluciones cada vez más lentas. Tanto, que habría podido leer el título en el centro del viejo disco de pasta. Allá estaba Carlos, en la mesa del fondo, canas incipientes, mirando la parte encendida del pucho. Se sentaron después del abrazo golpeado, ese que abre los bronquios y cierra las angustias. El mozo trajo los cafés sin que se lo pidieran. A los dos les pareció que poco a poco el humo se hacía más dens