SECCIÓN CUENTOS DE LA NUEVA ÉPOCA




PORQUE FLOTANDO EL HUMO… (Los fumadores)

Un humo espeso lo hizo toser apenas entró. El viejo bar desbordaba murmullos, risas y silencios de triste escucha. Parado al comienzo de la barra, de estaño todavía, trató de divisar a su amigo a través de la niebla casera, mientras El Polaco desgranaba Madame Ivonne desde algún lugar. Algunas mesas vacías, dejaban ver sobre ellas ceniceros con cigarrillos encendidos sin haber sido fumados, junto a tazas pintadas desde adentro con café. En otras, las charlas se escuchaban turbias, arrastradas, como surgiendo de una antigua fonola con sus revoluciones cada vez más lentas. Tanto, que habría podido leer el título en el centro del viejo disco de pasta. Allá estaba Carlos, en la mesa del fondo, canas incipientes, mirando la parte encendida del pucho. Se sentaron después del abrazo golpeado, ese que abre los bronquios y cierra las angustias. El mozo trajo los cafés sin que se lo pidieran. A los dos les pareció que poco a poco el humo se hacía más denso, agrio, oloroso. Los recuerdos surgieron así de fácil. Siempre pasa que los encuentros espaciados agigantan la memoria. Carlos, María, la abuela, noviazgos, los chicos, el canario, la canchita en el baldío, la escuelita, la maestra, la vida, la muerte.
Fue el primero en darse cuenta. El cigarrillo de Carlos, que había prendido hacía un largo rato, permanecía intacto. Encendido, pero sin consumirse. Miró su mano y el Marlboro seguía allí, sin hacerle sentir el calor cada vez más cerca de los dedos. Lo llevó a sus labios y aspiró… El humo llenó sus pulmones. Lanzó la bocanada, que arrojó una voluta espesa. Miró a su amigo que le parecía cada vez más borroso... Su voz le llegaba como la del Polaco en la fonola haciendo sonar el viejo disco de pasta: arenosa, gruesa, cada vez más lejana, como apagándose. Ya casi no podía escucharlo. Solo veía el cigarrillo encendido e indemne, como el suyo. De pronto, el de Carlos quedó suspendido en el aire, sin la mano partenaire, para luego caer sobre el cenicero. Cuando el murmullo de su amigo se extinguió, tardíamente después de su ausencia, ya no pudo distinguir sus propios dedos confundidos con la calina del local, y el pucho que sostenía en su mano siguió el mismo derrotero.
Su cuerpo, que ya era bruma, se elevó enroscándose sobre sí mismo, perezosamente. Se disipó algo cerca del descascarado cielorraso. Un momento antes le pareció ver a Carlos cerca de un rincón, queriendo escaparse por una fisura en la pared. Él en cambio, prefirió enfilar hacia el tragaluz. La noche le pareció espléndida, fresca y limpia. La voz del Polaco cantando Madame Ivonne, seguía resonando en la ahumada soledad del viejo bar.
Esperó que soplara una suave brisa…y se fue.

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“ 2 de mayo de 1982”