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Mostrando entradas de septiembre, 2007

SECCIÓN CUENTOS DE LA NUEVA ÉPOCA

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RAÍCES Se acercó con precaución. Esta nueva guerra lo había transformado en un experto en cautela. Se encontró frente al destruido edificio que hasta hace poco fuera el palacio sede de gobierno de Saddam Hussein. El uniforme lo ahogaba. Necesitaba descansar unos minutos. Los suficientes como para escribir unas líneas. Su columna se había dispersado en forma poco ortodoxa y estaba solo. La resistencia en Bagdag se hacía espesa, densa, cruenta. -“Tanto más cruenta que esta criminal invasión”- pensó Peter con dolor. Le dolía. Le dolía mucho. La herida en la pierna por esa maldita esquirla no le permitió avanzar más que unos pocos metros dentro del derruido salón de reuniones del alto mando del gobierno iraquí. Majed acomodó su extremidad sobre un banco y se recostó en el vistoso sillón aterciopelado. Pasó sus dedos sobre el apoyabrazos y pensó en Sayla. Su piel. Sentía su piel bajo las yemas. Que triste ironía. Ella estaba en Chicago, estudiando y él acá, en el infierno en que se había tr

SECCIÓN POEMAS INCONSTANTES

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Amanecer Gritó en el silencio que le devolvió silencio. Se ahogó en un espasmo de sollozo trunco. Generó bronca y pena. Caminó hacia el sol y olvidó la penumbra de las nostalgias Amanecía...

SECCIÓN MICROCUENTOS

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CEREMONIA Huake miró con ojos tristes el escaso humo que surgía de la leña encendida en el piso desparejo de su kau. El de su pipa formaba volutas caprichosas empeñadas en volver a la cazoleta, hasta que una bocanada las empujaba hacia arriba. Huake, el último cacique de la tribu aónikenk de Camusu Aike en la Patagonia, sabía que había llegado el momento. Lejos estaban los tiempos en que la paz era sellada fumando. Esta vez sería distinto. A esa tribu no le importaba la ceremonia, ni la pipa. Ese día no hubo tabaco… habían prohibido la paz. Añoró el festejo de otrora danzando y cantando mientras Keingueinken alumbraba la noche. Aspiró profundamente hasta que le dolieron los pulmones y bebió un largo trago de alcohol de caña. Desde afuera, los rumores gringos lastimaron sus oídos. Un llanto de ishé le indicó que debía levantarse. Como en un ritual, aplastó el tabaco con el pulgar ahogando las hebras encendidas y acostó la pipa al lado de su arco. Luego se acercó a la entrada del kau. El

HOMENAJE

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¿QUÉ HAGO YO AQUÍ? (Consideraciones acerca de un taller literario) A Jorge Savoia, en primera persona. “Escribe sin base lo que quieras desde el cimiento de la mente”. JACK KEROUAC Sentado frente al teclado insulso, sin escuchar el chasquido de la tecla seguido del golpe de la línea de linotipia, me parece estar tocando un piano sin ángel, un teclado electrónico imitando al instrumento noble. Sin embargo sigo. Extraño mi birome, la mesa con tabla de neolite, mis amigos en silencio, el humo del cigarro prohibido porque en la biblioteca no se puede, la tos escondida detrás del ahogo, la risa velada del chiste entre dos, la mano nerviosa arrugando el papel. Acomodo la musa inspiradora sobre el asiento duro y cierro los ojos. Creo ver lo que voy a escribir y escribo lo que veo. Encierro palabras (escondidas) entre paréntesis cómplices de la ausencia de conceptos. Tipeo un punto de descanso. Para no quedarme sin aliento en la ora

SECCIÓN POEMAS INCONSTANTES

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El énfasis Caminé a través del espejo que me devolvía imágenes sobre lejanías Desempolvé mis recuerdos y encontré infancias de niños con rostros sin futuro y mis propios juegos que envolvían fantasías hechas realidad.

SECCIÓN CUENTOS DE LA NUEVA ÉPOCA

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ELIPSIS Escucho el silencio…cada vez más cerca. Ansío su llegada. Mientras tanto mis oídos saben de cosas terribles. Sin poder evitarlo. El sollozo tras la puerta es casi risa encubierta por el temor. Y el murmullo de la paloma en la cornisa asemeja un ahogo trunco. La banderola chirría sobre sus goznes haciendo desafinar al viento que se cuela con dificultad. La canilla del baño es un metrónomo húmedo que marca la sequía del llanto exterior. Y la cómoda cruje como soportando el tiempo que aplasta mi espera. La respiración jadeante parece agotarse con el estertor de la tos chocando con el céfiro que se filtra queriendo purificar. Lucho contra el ritmo agonizante del resuello que suena a ofidio siseante. Me levanto con dificultad y escucho el roce de la piel curiosa sobre la puerta pretendiendo oírme. Mis chinelas se arrastran gimiendo como lijas gastadas. Me acerco a la ventana sin importarme el chasquido de mis coyunturas, que parecen ratones royendo ruidosamente. El piso d

LA ESPERA

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(Del libro "Cuentos para no contar el principio") ─ “En la Bola de Nieve, dentro de un año, en la mesita que da a la calle Laprida… esperame… ¡te quiero!”. No me dio tiempo a contestarle. Se alejó corriendo; como siempre, sus cabellos negros atados en una colita, enmarcaban su rostro perfecto, sus ojos verdes, su sonrisa vital. ─ ¿Cómo dentro de un año? ¿Pero, no intentaremos hablar…nos? Lo dije cuando ya no me escuchaba (16 de mayo de 1978). La imagen y el diálogo destellaron en mi memoria. Habían pasado veinte años. Aquel día me sorprendí caminando hacia Laprida y Córdoba. Era un milagro que en ese lugar todavía existiera “La Bola de Nieve”, soportando el cambio arquitectónico urbano. ¡Qué difíciles habían sido esos años!: tercero de Medicina, huelga, junta militar, Videla, represión, clandestinidad, allanamientos, miedo, tortura, dolor, ausencias. Y ella…con toda su frescura, su valiente ingenuidad, su inmaculada concepción de la justicia. Y yo, a su lado, gritando, forcej

SECCION MICROCUENTOS

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SIMBIOSIS Encontró la moneda tirada en el parque. Vieja, oxidada, no se podía leer el año. Solo el sol mostraba el brillo de otrora. La recogió y la guardó en el bolsillo de la camisa. Pensó que era buena suerte. Subió al colectivo de siempre. Purgando la pena del trabajo ingrato en un viaje parado y apretujado. Por un momento le pareció que todos eran como los tallos de los ramos que se encajan en un jarrón. Apretados, sin poder moverse, estaban destinados a mirarse de frente hasta que los sacaran del envase mortuorio. La mina lo observaba fijo. Sus ojos clavados en los de él. Estaban como calcándose. Sus pechos contra su tórax. Las manos, pegadas, se apareaban en el pasamanos. No importaba la ropa. Sus pieles parecían conocerse de años. Sintió como los brazos que colgaban al costado de sus cuerpos, se rozaban envidiosos de sus pares. La moneda en el bolsillo, se iluminó de pronto. Como si el sol despertara de su sueño de mugre cotidiana. Se bajaron juntos también.

SECCIÓN MICROCUENTOS

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SEMEJANZAS La mosca se deposita sobre la palma de mi mano. Sus alas se erizan para juntarse. Y sus pequeños brazos danzan sobre el ¿monstruoso? encéfalo esterilizando su destino de hociquear la mugre generada por los limpios. Se acerca a la línea de la vida, seco canal de un planeta vivo. Futura pista para su vuelo sin vuelta. Ahora danza toda ella, girando y girando para marear su destino. Y la sensación creciente que tensa los músculos. El instinto atávico que nos iguala. Nos acerca. Nos hermana. Ella recorriendo la tierra descubierta. Yo descubriéndome otro. Lista a zarpar. Listo a matar. Polifacéticos espejos me muestran. Diez, veinte, cincuenta mil veces yo. Y sólo una ella. Y los músculos. Y el instinto. El circo romano. El César y el pulgar. La sentencia esperada. La trampa de dientes digitales. La capacidad del escape sutil. El presto vuelo. El destino irremediable. La muerte segura. La mano cerrada.

"LA ODISEA DE NAPOLEÓN BONAPARTE"

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(Del libro "Cuentos para no contar el principio") La maestra pronunció su nombre con firmeza y claridad: -¡ Bontempi, al frente! -¡ Cagamos!- dijo para adentro -; la vieja me junó la cara de-no-haber-estudiado. Miró para los costados como si hubiera otro Bontempi en el grado, y ante la mirada de sus compañeros, mezcla de cargada y lástima, se levantó y pasó al frente. -Napoleón Bonaparte y su marcha hacia Rusia. Fecha, número de hombres que componían el ejército, días de travesía, etc. Hable y cuente todo-completó la maestra. -¡Hija de puta!-volvió a pensar; falta que pregunte qué remedio tomaba para su famosa úlcera. Ramiro tragó saliva y se imaginó en una historieta con el globito arriba de su cabeza que decía: ¡GLUP! Y para colmo de males se había peleado con Clarita, que lo miraba de reojo con regocijo, sabiendo que lo único que lo unía con Napoleón era que sus apellidos coincidían en el comienzo: Bon-tempi, Bon-aparte. De pronto, se fijó en la maestra. Ya en séptimo grad