LA ESPERA
(Del libro "Cuentos para no contar el principio")
─ “En la Bola de Nieve, dentro de un año, en la mesita que da a la calle Laprida… esperame… ¡te quiero!”.
No me dio tiempo a contestarle. Se alejó corriendo; como siempre, sus cabellos negros atados en una colita, enmarcaban su rostro perfecto, sus ojos verdes, su sonrisa vital.
─ ¿Cómo dentro de un año? ¿Pero, no intentaremos hablar…nos? Lo dije cuando ya no me escuchaba (16 de mayo de 1978).
La imagen y el diálogo destellaron en mi memoria. Habían pasado veinte años.
Aquel día me sorprendí caminando hacia Laprida y Córdoba. Era un milagro que en ese lugar todavía existiera “La Bola de Nieve”, soportando el cambio arquitectónico urbano. ¡Qué difíciles habían sido esos años!: tercero de Medicina, huelga, junta militar, Videla, represión, clandestinidad, allanamientos, miedo, tortura, dolor, ausencias.
Y ella…con toda su frescura, su valiente ingenuidad, su inmaculada concepción de la justicia.
Y yo, a su lado, gritando, forcejeando, huyendo, maldiciendo la inocencia de un pueblo que no sabía qué pasaba, aunque lo presentía.
Juntos…estudiando, amándonos, proyectando un futuro menos cruel; piel con piel; almas gemelas; sueños comunes.
Tenía que marcharse ella primero. Yo seguiría en la lucha un tiempo más.
Después… los acontecimientos nos pasaron por arriba. Europa estaba demasiado lejos ya.
Luego… mi vida…y la suya. Una sola carta. Una sola respuesta. Tiempo, casamiento, hijos, olvido, punto final, indulto.
Veinte años después me encontraba sentado en la mesita que da a Laprida (16 de mayo de 1998).
─ “…esperame, te quiero” ─ resonó su voz.
Y entonces la vi. En la puerta del bar. Fresca, vital, con su pelo recogido, más negro que nunca, sus ojos verdes recorriendo el ámbito. Me reconoció, se acercó y se sentó frente a mí. Me vi viejo al lado de ella. La miré sin poder creerlo. Intenté pronunciar: ─ Mariela…─, pero sus dedos se apoyaron en mis labios.
─ No sigás… ─ susurró ─ soy Laura. Mamá sabía que no le podías fallar.
En ese momento noté su acento español, contaminado por el voceo argentino.
─ Hace dos años que vengo para esta fecha. No te olvidó nunca y murió de pena al saber que no podría regresar. Te dejó esto.
Y puso en mis manos un pequeño papel con un dibujo: unos labios impresos en rouge y una flecha señalando una nube. El texto me hizo sonreír como antes, como cuando estábamos juntos:
─ “Te quiero…te espero”.
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