AMALIA Y JUAN (*) “…No es para mí sino el polvo, la lluvia cruel de la estación, no me reservo nada sino todo el espacio y allí trabajar, trabajar, manifestar la primavera…” (A mis obligaciones, Pablo Neruda) Juan ajustó la lámpara acoplada a su casco. Un círculo difuminado de luz amarillenta iluminó la pared eterna que tenía frente a sí. Mientras la ciclópea oscuridad que lo rodeaba chorreaba humedad entre sus dedos. Empuñó la tajadera y pegó fuerte con su martillo sobre la veta serpenteante del metal en bruto. Amalia aceleró el ritmo de su máquina de coser y el lienzo resbaló sobre el piso. Los minutos eran horas para ella, o quizás segundos. Deslizó su vista sobre el desierto de cabezas inclinadas, manos febriles y rítmicos pies, marcando un staccato claro, en un raro concierto de uniformes y cofias monocromáticos. Juan se acomodó como pudo. En ese lugar estrecho no podía montar la perforadora de percusión. Se d
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Te saluda atentamente Claudio Tomassini