SECCIÓN CUENTOS INÉDITOS
EL RITUAL
Terminé de leer la noticia en el diario. Acompañé la pena
con una enorme reverencia imaginaria hacia el admirado escritor que dejaba este
mundo de los vivos. Me arrepentí una vez más de no haber leído toda su obra. Me
pasaba que cuando comenzaba a hacerlo, tenía la sensación de que alguna vez iba
a plagiarlo y ese hecho me bloqueaba la lectura. Mis inicios en la escritura se continuaron en un largo
devenir de cuentos que mezclaban lo cotidiano con lo fantástico. Cuentos de
Julio Verne en mi adolescencia, a los que siguieron Asimov, Sturgeon, Clarke y
otros monstruos, habían engalanado mi currículum de lectura preferida. Cerré el periódico y comencé a escribir. “Caminé por la playa lentamente, bordeando la línea que
marcaba el límite entre el final de la ola dispuesta a retroceder y la arena
invadida hasta ese instante. Por eso mi marcha se hacía zigzagueante, como la
de un borracho, pero de aire y sal. Miré hacia atrás. Mi sombra alargada trataba de acompañarme
entera y firme, pero sucumbía ante el embate del mar y las pequeñas rocas en su
camino. Cuando regresé la vista adelante estaba frente a mí. Me pareció ver a través de sus ojos. No podía darme cuenta
si la línea del horizonte marino dibujada en sus ojos, reflejaban lo que veían
o trasparentaban el telón natural que su figura precedía. Simplemente, la seguí; sabía que no podía llevarme a ningún
lugar en el cual yo pudiera resistirme a estar. Entró al mar como formando parte de él, disolviendo su
cuerpo en el agua, transformándose en agua misma. Yo mismo me sentí así. Poco a poco iba dejando de percibir
partes de mi anatomía. Los pies, mis piernas, la cintura, fueron
desvaneciéndose como dibujo animado que el autor diluye con un pincel
fundiéndolo con el color básico de su lienzo. Cuando mis ojos estuvieron a punto de desaparecer, no quise
privarlos de la última visión de mi amado mar. Inundé mi alma y el enorme
rincón de mis recuerdos, con la inmensidad azul verdosa de la cual iba a formar
parte. La última ola, pareció una enorme mano que ella me tendía,
invitándome a seguirlas incondicionalmente hacia “ese” lugar. Titubeé, pero sus enormes ojos translúcidos no dejaban
dudas. Y de pronto, no fui más yo. Solo dos fusionados en uno; y
pude verme a mi mismo por dentro. Como había añorado por años. Para ese entonces,
la playa estaba lejos. De vez en cuando, nos permitimos acariciarla, bañándola,
cuando la gente ya no la contamina. Cuando su soledad se parece a la nuestra.
Esperando que alguien nos acompañe, en nuestro ritual eterno.
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