LA CARPITA
¿Sabés Huguito?,
dicen que por los años 40, fue cuna de piñas y gritos debajo de una carpa de
lona: La Carpita, en la esquina de Junín e Iguazú, donde terminaba el recorrido
el tranvía 2. Una pequeña curva de los rieles marcaba la vuelta hacia el centro
previa tracción y enganche del mástil de carro con una cuerda, para enfilarlo
rumbo a 9 de Julio y Chacabuco, de donde volvía a partir resonando hierro
contra hierro, por un camino plagado de adoquines y tapitas de cerveza aplastadas a su paso. Pero para
mí, su destino final no era la histórica esquina de la Panadería la Pobladora,
si no la Carpita…como le decían. Era un Club de Barrio Pero había sido acuñada
como la “Biblioteca Popular Amor a la
verdad y Deportiva Unión Central”. - Vamo pa’ la Carpita muchacho, hoy a la
noche pasan una peli en la cancha e básque! Creo que trabaja la Doris Day…¡e una
peli de amor¨! Y a la noche ahí estábamos, sentados en las frías sillas de
chapa con la bolsita de maní con cáscaras en una mano y el vaso de Coca en la
otra, no sabiendo cómo hacer para pelar el maní, servirnos la Coca en el vaso
de papel encerado y mirar la peli al mismo tiempo. Y las chicas del barrio
sonriéndonos discretamente haciendo gala de su ternura e inocente forma de decir:
me gustás!
¿Pero sabés
Huguito, hermano de la vida? La gloria no era ni la película, ni el maní, la
Coca o las chicas. La gloria era la tardecita noche de todos los días, cuando
mi vieja, Doña Velia, como le decía el Héctor, otro hermano de la vida que
vivía casa por medio, me ordenaba terminando de preparar la cena: -Andá a la
Carpita a buscar al Papi que en seguida comemos.
Y ahí partía
yo, caminando las dos cuadras y media hasta la Carpita. Y entraba por Junín al
Bar, al mundo que era otro mundo, el de los mayores, el de la calina por el
humo del cigarrillo, el olor a vermú y sudor, fritanga y cerveza de barril, gomina
y Old Spice. Y la luz amarillenta del local, que apenas dejaba dibujar rostros
borrosos en el ambiente. Sobre las mesas brillosas de apoyar los codos, se
desparramaban los porotos del truco, los vasos de caña y vino con el pingüino
mirando de reojo, y los ojos fijos de los vecinos jugadores atornillados
durante horas a las sillas de mimbre. Pero ahí en el medio estaban las 3 reinas,
las iluminadas por las lámparas que colgadas del techo casi besaban el paño
verde donde las bolas brillosas se jugaban la vida ante las troneras, que las
esperaban ansiosas. Y lo veía a mi viejo Ernesto, al Papi, agachado en ángulo
recto con la cintura como bisagra, ambas piernas separadas formando un
triángulo perfecto con el piso, la
cabeza inmóvil con los bigotes como mascarón de proa y el brazo izquierdo
extendido abrazando la puntera del taco con el índice y el pulgar,
acariciándolo, empujando con la mano derecha firme sobre la culata deslizándolo
varías veces, hacia atrás y adelante, atrás y adelante, atrás y adelante… Y
entonces mi mirada giraba hacia el centro del paño. Ahí estaban las cinco
quillas (me enteré de su nombre ahora, cuando investigué), que para mí eran las
cuatro torres de un castillo imaginario, cuatro blancas y una roja en el medio,
esperando que una catapulta de madera empujara la bola de marfil y las tumbaran
sobre el paño, sin esperar la rendición, en un asedio corto y anunciado. Y de
pronto Huguito, el sonido seco de la madera sobre el marfil y el del marfil
sobre el marfil y el del marfil sobre la goma de la banda y el del marfil sobre
la torre roja cayendo en cámara lenta y el del marfil dentro de la tronera…La
sinfonía perfecta después del golpe sobre la bola y mi viejo reincorporándose,
recuperando la postura del que observa el desarrollo de la batalla sobre el
campo iluminado, esperando que las trompetas anuncien la retirada del enemigo…y
mi voz que lo llama diciendo. ¡Papi, a comer! Y él que cuelga el taco, se pone
el saco y con un…¡ hasta mañana! a los amigos, me pregunta: - ¿Qué hizo la Mami
de cenar?
¡Albóndigas con puré!
-¡Uy vamos, vamos, que se me hizo
tarde!
Y nos vamos tomados de la mano, apurando
el paso por Junín hasta Díaz Vélez, pasando por la Carnicería de Manolo y La Porteñita
, la Librería de Don Raúl.
Llegando a casa, ya se olían
mezclándose, el aroma del jazmín del Paraguay del jardín con el de las
albóndigas que nos estaban esperando.
Nostalgias de la Carpita Huguito,
nostalgias del Barrio Industrial, que le vamo chaché!
Daniel Leto 15 de abril de 2020
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