--> "2 de mayo de 1982" (Capítulo 18 del libro "Los elefantes del apocalipsis" de Daniel Leto) 15:50 hs. No puedo pensar. El ruido de las olas rompiendo sobre la proa llega hasta mi camarote. Lo único que se escucha. El resto es silencio. Me incorporo en la litera rústica. ¿Qué estoy haciendo yo allí?. Miro mi ropa. La siento extraña. Otra vez esa sensación rara de transformarme en un inmigrante del tiempo. Me asomo al ojo de buey. El mar. El mar. El mar. Me mareo. Tomo mi gorra, leo la inscripción: C.G.Belgrano. Miro mi reloj... 15:55 hs. Salgo tropezando con un jarro de aluminio tirado en el piso. Me abalanzo al pasillo. Transpiro. Me agito. Corro. Me agito. Palpito. Me agito. Jadeo. Llego a cubierta. Niebla, viento helado. El movimiento del crucero es tan violento como las olas. Ya no transpiro. Me paralizo con esa lengua líquida que aparece como un fantasma grisáceo por sobre la baranda de cubi
AMALIA Y JUAN (*) “…No es para mí sino el polvo, la lluvia cruel de la estación, no me reservo nada sino todo el espacio y allí trabajar, trabajar, manifestar la primavera…” (A mis obligaciones, Pablo Neruda) Juan ajustó la lámpara acoplada a su casco. Un círculo difuminado de luz amarillenta iluminó la pared eterna que tenía frente a sí. Mientras la ciclópea oscuridad que lo rodeaba chorreaba humedad entre sus dedos. Empuñó la tajadera y pegó fuerte con su martillo sobre la veta serpenteante del metal en bruto. Amalia aceleró el ritmo de su máquina de coser y el lienzo resbaló sobre el piso. Los minutos eran horas para ella, o quizás segundos. Deslizó su vista sobre el desierto de cabezas inclinadas, manos febriles y rítmicos pies, marcando un staccato claro, en un raro concierto de uniformes y cofias monocromáticos. Juan se acomodó como pudo. En ese lugar estrecho no podía montar la perforadora de percusión. Se d
El Carnaval de Juanito Laguna (Antonio Berni) El otro carnaval de Juanito Laguna Dedicado a todos los que admiraron el óleo sobre tela de Antonio Berni “ El Carnaval de Juanito Laguna” , y a quienes no… para que lo hagan. No era lo que él creía. Se acercó a la esquina y asomó su carita apenas sucia de hollín oloroso a leña. Lo primero que le llamó la atención fueron las luces en hilera (multicolores puntos que a medida se acercaba se transformaban en gordas lamparitas disfrazadas). Él tenía todo de antes en su cabeza: La muerte vestida de rojo, portando la guadaña, la chancha tetona con el vestido de fiesta, el pequeño esqueleto pidiendo limosna con un tarrito y el yo-yo colgado de su cuello como un estetoscopio (ese era él, algún día lo pintaría en un cuadro), el viejo bigotudo montando un caballito de madera, el gato que vaya a saber si tení
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