LA MUJER EN SU DÍA

Para todas las mujeres, que no merecen sólo un día pero vale que lo hagamos. Para todas aquellas que soñaron, sueñan y lo seguirán haciendo. Para esas personas XX que llevan la vida 9 meses para luego entregarla a la vida misma también. Les regalo un pequeño cuento que escribí hace muuucho tiempo:


DE FLORES MARCHITAS Y RECUERDOS    OLVIDADOS



         Su rutina me era familiar. Desde la ventana  de la cocina, que daba a la calle, lo veía pasar todos los días. Sistemáticamente tocaba timbre enfrente, de doña Chola, al lado de mi casa, de la Camila y así sucesivamente.
         No lo hacía en todas las puertas. Salteando algunas luego de quedarse parado frente a ellas pensativamente, seguía su camino y decididamente encaraba otras.
         La mía estaba dentro de las que nunca eran elegidas. Y obviamente, ello me intrigaba.
         Como buena y ortodoxa ama de casa, intentaba averiguar de quien se trataba y qué vendía. Pero mis vecinas eludían mis preguntas con evasivas. Que no se acordaban, que estaba loca, que nadie con esas características había llamado a su puerta, etc.
Curiosamente, cuando se detenía frente a mi casa, su expresión pensativa culminaba con un menear de cabeza y un suspiro. Muchas veces me pareció que su dedo iba a apretar el botón del timbre, pero ni siquiera alzaba su mano. Simplemente, se iba.
Ese mediodía, terminé de lavar los platos rápidamente. Pedro y los chicos ya se habían ido y me dispuse a concretar la idea que hacía días me presionaba el cerebro. Me cambié de ropa, me peiné a las apuradas y dándome solo un poco de rubor en las mejillas, salí tras él.
No sé cuanto tiempo lo seguí. Solo observaba como, de vez en cuando, se detenía frente a tantas otras casas y entregaba un pequeño paquete, sumamente liviano, como hacía suponer el movimiento de las manos que lo tomaban. Quienes lo recibían eran siempre amas de casa. Esto es, mujeres de mi edad, que rubricaban la breve charla con un tierno beso. No había pago de por medio y la sonrisa de las mismas denotaba que era muy esperado.
Pero ¿Por qué yo no era una de las elegidas?
Sin darme cuenta, llegué a un alejado barrio de la ciudad. Ya anocheciendo, entró a una pequeña pero simpática vivienda rodeada de un jardín prolijamente cuidado. Traspuse la diminuta puerta entreabierta del mismo y me asomé con sigilo a la ventana iluminada.
Sobre una gran mesa, ordenadas, estaban los paquetes (en realidad eran cajitas) que veía entregar diariamente. En cada una, un cartelito tenía escrito un nombre distinto de mujer.
El vendedor misterioso, como lo había apodado, miró toda su mercancía y tomando una pequeña pala, salió al jardín. Me escondí detrás de un tapial y pude observar como el vivero estaba dividido en varios sectores. Sembrado de flores que nunca había visto antes, cada parcela tenía un letrero. Me dediqué a leerlos: sector de los recuerdos olvidados, sector de los sueños frustrados, sector de los proyectos desanimados, sector de los amores mágicos.
No alcancé a divisar más. Él, con sumo cuidado, recogía algunas flores de las distintas parcelas y entraba a la casa. Luego, las colocaba en las cajitas.
Finalmente, cuando le llegó el turno a la que tenía mi nombre, meneó su cabeza como lo hacía frente a mi casa, la desplazó a un costado y siguió con las demás.
Angustiada, salí presurosa y corriendo regresé a mi hogar.
Los míos ya dormían y me encerré en la cocina. Desconsolada, apoyé la cabeza sobre mis brazos y lloré. Creo que me quedé dormida. Mis sueños fueron raros esa noche. A través de mi onírica fantasía, vi desfilar toda mi vida. Desde mi infancia, allá en Santa Fe, hasta mis días de ama de casa. En el medio, me envolvió el aroma dulce del ramo de jazmines de mi cumpleaños de quince, que Mario me dio con un beso en la boca. El del sahumerio en mi primer encuentro amoroso con Pedro. El de los azahares de mi vestido de novia. El del perfume que me ponía cuando trabajaba en la empresa antes de casarme. Y me sentía mirada por mi jefe, por mis compañeros de oficina, y admirada por mi marido y por mis hijos.
Y mi sueño me llevó a Europa y a la editorial que alguna vez leyó mis cuentos y a mi figura que abandoné por querer ser más esposa y madre que mujer.
Me desperté aliviada. Cansada como después de haber viajado en un tren de imágenes olvidadas.
El timbre de calle me despabiló
Me asomé a la ventana y ahí estaba: el vendedor misterioso.
Abrí la puerta como una adolescente turbada ante su primer encuentro con el chico de sus sueños.
-Soy Abel, mucho gusto Rosa- dijo- Traigo algo para vos. Son cosas que sembraste y cultivaste alguna vez y dejaste olvidadas en mi jardín. Las cuidé hasta que crecieran. Creo que llegó el momento en que las disfrutes. Son tan bellas que sería una pena que se marchitaran sin apreciarlas realmente. Tengo más, mañana vuelvo.
Le di un beso y cerré la puerta. Lo vi alejarse como siempre.
Fui al baño y me miré al espejo. Lentamente, pinté mis labios, los ojos y deslicé el peine sobre mis cabellos.
Luego me cambié. Preparé el desayuno y llamé a todos.
-¡Chicos, Pedro, bajen ya, se hace tarde!.
-Se quedaron los tres bajo el marco de la puerta de la cocina, con la boca abierta por el asombro y la sorpresa.

Daniel Leto – Copyright 2000

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