Pater Noster (programa del día 17 de junio de 2012)
“Mas ahora, oh SEÑOR,
tú eres nuestro Padre, nosotros el barro, y tú nuestro alfarero; obra de tus
manos somos todos nosotros”. (Isaías 64:8 )
Quienes
estamos sobre esta bendita tierra, podemos coincidir que los momentos sagrados
del ser humano se reducen a pocos momentos de nuestra vida. Claro está que cada
uno de nosotros lo situamos en distintos hechos que signan la misma. El
nacimiento de un hijo, nos pone a prueba sobre la proyección de nosotros mismos
en nuestras células replicadas, compartiendo
con otras, las de quien lo engendrará, la
conformación de un ser que llevará la mitad de nuestra genética. Que significa
decir también la mitad de nuestras dudas, nuestras vivencias pasadas y la maravillosa noción de
supervivencia y procreación.
Podríamos
inferir entonces, que ser Padre, encierra primigeniamente la noción de compartir ese privilegio, ya que
biológicamente, por lo menos en la especie humana, es imposible que no sea así.
Sentirse
Padre, convengamos entonces, encierra la
infinita posibilidad de acceder al mundo interminable de nuestros hijos,
compartiendo con ellos cada minuto que podamos.
Las
circunstancias devengan a veces en que haya padres presentes, ausentes,
ignotos…e invisibles.
Permítanme compartir
con ustedes una breve historia:
Jorge Luis
Borges, habló mucho de Leonor Acevedo, su madre; muy poco de Jorge Guillermo Borges, su
padre, quien no parecía haberle
transmitido más que el apellido y la ceguera. Sin embargo, comentaba que su
padre siempre le hablaba sobre las
batallas más importantes para la historia de Occidente. Entre ellas estaban, por supuesto, las de
Salamina y Maratón.
"Mi padre",
decía, "me explicaba esas batallas
sobre la mesa, con migas de pan. Esta, decía, era la posición de los persas, ésta
la de los griegos. Durante mucho tiempo yo seguí pensando en ejércitos y en
barcos, en héroes y en batallas, como migas de pan".
Cabe acá una
información interesante. La palabra aramea ’ab·bá’ es la forma enfática o
definida de ’av, y literalmente significa “oh, padre” o “el padre”. Era el
nombre cariñoso que usaban los niños al referirse a sus padres, y combina algo
de la intimidad de la palabra española “papá” con la dignidad de la palabra
“padre”, de modo que es una expresión informal y a la vez respetuosa. Por lo
tanto, más bien que un título, era una forma cariñosa de expresarse y una de
las primeras palabras que un hijo aprendía a decir.
Y continuemos
hablando de un padre del que poco se conoce: Jorge Guillermo Borges fue abogado
con resignación y disgusto. En la única novela que escribió, dice de la
abogacía: "Protege los intereses
mezquinos de la sociedad, su afán de lucro, las pequeñas preocupaciones de
familia, nacionalidad, Estado..." De la escuela, sostiene que "es nefasta cuando la sociedad es lo
que es, mezcla de cuartel y de fábrica, explotación de los más por los menos,
clases y castas y la deificación del éxito".
El desafío de
Jorge Guillermo Borges a las convenciones de su tiempo va todavía más allá. No
someterá a sus hijos al yugo de una carrera universitaria. Pueden formarse
solos con el mejor de los medios, el libro, para el mejor de los mundos, el del
pensamiento y del arte. El resto es simplemente vida. Jorge Luis, de seis años,
acompaña al padre a sus sesiones de lectura en la Biblioteca Nacional. La madre
lleva los chicos al Zoológico. Más importante y fuera de lo común es que padre
e hijo compartieran la misma pasión por la literatura. Jorge Guillermo Borges
aceptaba las sugerencias de Jorge Luis Borges, poeta barroco, fervoroso
ultraísta. El padre escuchaba al hijo, el hijo escuchaba al padre y años
después repetiría los mismos consejos. En mi concepto, La otra mitad, cumplía su sino biológico.
Según la
escritora Vlady Kociancich, le dedicó un poema (A mi padre) pomposo y
artificial, como plagiado de otros versos. Sin embargo, respetó la
invisibilidad pretendida, evocando su voz en La lluvia, y eso le pareció suficiente. Él decía que en el Corán no
se mencionan camellos, aludiendo a que lo cotidiano es invisible.
La lluvia – Jorge Luis Borges
Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto
Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha
muerto.
No es este un
homenaje al cromosoma XY con el seudónimo de Padre. Ni siquiera una plegaria en
prosa a los recuerdos de la caricia de la mano firme. Tampoco podría evocar algo tan profundo como el amor
filial a través de una metáfora poética.
Ante la tarea de hablar sobre el Pater
noster, que quizás ya no está… o sí, solo se me ocurrió pensar en él. Y si
ustedes me acompañan…está todo dicho.
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